noviembre 13, 2003

Anoche sufrí el mayor acercamiento de mi vida con la música. Y también con el jabón.

De acercamientos al jabón no hay competencia, pero de música sí. La música me ha tocado antes. La iluminación robótica de Prince. La canela fantasmagórica de Tom Waits, Lou Barlow y Kurt Cobain. El atornillamiento enfermizo de Roni Size & Reprazent en vivo, para convalescer toda la vida.

Pero la música no es eso. Es lo de anoche. Sucedió por coincidencia cuando buscaba secretos del micromundo con el zoom de mi nueva cámara. La dinámica es muy simple: Canon me ha regalado —nuevamente gracias a Mr Lowrie, CEO de la distribuidora Canon en East Peoria, Illinois— una cámara que agiganta las cosas al 25 x 1, enfocando a una distancia mínima de 0.8 milímetros.

Pronto comprendí que la canoncita se asomaba con asombrosa nitidez a rincones imposibles para mí, y le otorgué sendos derechos. Reescribir mi realidad de mobiliario y cajones con su ojo de texturas y pequeñeces. He hallado cada cosa. Selvas impenetrables en la alfombra, riscos de la antigüedad en el patté, lejanía extraterrestre al fondo de una botella rota de XX Lager, oscuramente verde como un hangar o un orfanatorio clandestino, oscuramente verde como tus propios miedos.

Así que anoche, mudándome de casa, a punto de desechar un vinilo de Prefab Sprout que jamás escuché, recordé la generosidad de Mr Lowrie y permití a la cámara sumergir su perspectiva digital en los caminos de la tecnología análoga. Apenas se les enfocó, los surcos vinílicos de Jordan: The comeback rompieron su parábola y se llenaron de historia, en un gesto museográfico, pleno de sentido.

Obtuve fotografías impresionantes que, en primera instancia, parecen vistas nocturnas del Canal de Panamá, cortes transversales a un corazón de poleas, o la recámara del Balrog. La música lloraba por salir, así que instalé los 33" en su elemento natural, el tornamesa, haciéndolo girar por primera y única vez.

Coloqué la cámara con dificultad sobre el disco en movimiento y capté varias postales de aquel paisaje irrepetible. Mientras tanto se alzó la voz de Paddy McAloon, hasta ayer inanimado, nada del otro mundo. Con el tornamesa encendido, las fotografías ganaron viveza y armonía, pero perdieron pulso.

Entonces llegó el jabón. Santiago y el jabón. Es decir, burbujas. Una sola burbuja perfecta cayó donde apuntaba la cámara y desató un sinfónico conjuro multicolor, texturas improbables, elementos en pleito. McAloon jamás volvió a ser el mismo. Santiago ríe. Papá se queda absorto y agota la memoria de la Canon, hasta que plop.

Entre Santiago y yo logramos docenas de nuevas burbujas, pero ninguna logró el acto encantador de la primera y sólo anegaron la escena.

Emocionado, envié un mail de socorro al buzón de un ingeniero del Laboratorio de Optica Cuántica de Caracas, Venezuela, no muy enterado de la música pero experto en burbujas. Su comentario —que me reservo, a petición suya— fue ponderado, hondo, inspirador, el diagnosis que un psicólogo profundo como Hans Küng obtendría de entrevistar al jabón.

Estos muchachos saben de burbujas. No sé qué tan lejos lleguen sus averiguaciones e hipótesis, qué descubran, en qué se vea afectado mi entorno inmediato cuando logren vender sus cuadernos de notas a cualquier monopolio farmacéutico, por no decir a cualquier régimen militar.

De su obsesión científica se deduce que, si mal nos va, llegará una guerra para la cual nadie está preparado. Así nos capacitemos en el mejor arsenal de metales y pólvora, el vencedor utilizará una gigantesca paleta tira-burbujas que rociará el horizonte con jabón asesino.

Ojalá no, pero si llega ese día maldito de arrepentimientos, purgatorios e higiene terminal, extrañaré este párrafo. Me pesará no haber tomado en serio a los venezolanos que estudian el umbral de resistencia de las burbujas, su punto de inestabilidad o colapso, su propensión a quedar atrapadas por haces de luz y su grado de —válgame el cielo— fotocavitación.

Al interior de una burbuja, los primeros cien años son los más difíciles.


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Comentarios a:
mr_phuy@mail.com

Comments:
Estoy aquí por Seguir a los gansos que compré en una tienda de discos de la 5ta, ya había leído Sra. Krupps en fotocopias, en clase, 2013.
 
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